martes, 1 de julio de 2014

¿Quién tiene miedo a un recién nacido?


(Orar con Lucas 2, 1-14)
Me impactó el encuentro con un grupo de jóvenes que trataba, en su centro terapéutico, de salir del imperio de la droga. Uno de ellos comentó: «Gracias a todos los amigos visibles, que me han ayudado a salir de esta situación, y gracias sobre todo al Amigo Invisible que ha sido clave en toda mi historia». ¿A quién se refería? ¿Quién era ese Amigo Invisible siempre presente en su vida y que, sin embargo, no se ve, aunque se siente su presencia?
Me acordé de la Noche de Navidad. Recordé lo que dice el Prefacio de la Nochebuena: A través de lo visible, hemos llegado al Amor de lo Invisible. Éste es el Misterio luminoso de la Navidad. El Amigo Invisible se hace visible, para poder decir lo del evangelista Juan: Lo que hemos visto y oído. Jesús se hace bebé para que no tengamos miedo a Dios ¿Quién tiene miedo a un recién nacido? ¿Cómo no enternecerse ante un Niño que reclama ternura? Es hermoso descubrir la cercanía de Dios, que es y será siempre el Amigo Invisible.
Ese juego del amigo invisible que han realizado en muchos campamentos, en una convivencia, en una fiesta familiar, es realidad en Jesús, el Amigo Invisible. Me lo recordaba aquel muchacho que me decía que, para él, había sido imprescindible, para salir de la droga y encontrar el verdadero camino de vuelta al Hogar. Como decía san Juan de la Cruz: «La mayor presencia de Dios es su Aparente ausencia».
Él vendrá en la noche para iluminar todas nuestras oscuridades. Él no está lejos nunca. Sólo hay que acogerlo, y en Él a todos los que, destruidos de la vida, no han descubierto al Amigo Invisible, que se hace visible en la Noche de la Navidad. El gozo de conocer a Jesús es saber que la Navidad es el adiós a todas nuestras soledades, pues hemos conocido el Amor.
Sólo el Amigo Invisible, llamado Jesús, nos recuerda el gozo y la alegría de ser cristiano, como una manera de decir adiós a la soledad, porque Él nos acompaña en todos los caminos de la vida.