martes, 10 de junio de 2014

Tres claves de conversión


(Orar con Mc. 16, 15-18)

La palabra conversión y san Pablo han quedado unidas para siempre. El que fue perseguidor de los cristianos pasa a ser apóstol de Jesús con su propia vida, hasta considerar todo basura, con tal de alcanzarle. Cristo fue para Pablo su Vida, su Doctrina, Todo...

San Pablo, tirado por tierra, tirado por el suelo, siempre que habla de su conversión, de su encuentro con Cristo en el camino de Damasco, repetirá tres claves. Son éstas, tan sencillas como profundas. La primera es que no veía nada. Para acercarse a Jesús es necesario descubrir nuestra propia ceguera, nuestras propias oscuridades. Saulo va a descubrir que, lejos de Cristo, nuestra vida es oscuridad. No encontramos la luz verdadera que nos conduzca hacia la vida plena que nos ha traído Jesús. Hasta que no descubramos nuestras propias oscuridades, no podrán ser iluminadas por la Luz que nos trae Cristo y que hace que toda la vida la vivamos con otro estilo.

La segunda clave: Pablo dice que tuvo que ser cogido de la mano como un niño. Sólo en la medida en que descubrimos nuestras necesidades y somos cogidos de la mano, como nos recuerda san Pablo, es cuando verdaderamente estamos en el camino de la conversión. El encuentro definitivo de conversión es hacerse como un niño, y hacerse como un niño tiene mucho que ver con ser cogidos de la mano para ser conducidos a vivir y entrar en la verdadera vida. Jesús lo dijo: Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Hacerse como un niño es volver a la raíz del Evangelio.

La tercera clave, de la que nos habla san Pablo como confesión, y que nos sorprende al hablar de su conversión, es que, como no veía nada y tuvo que ser cogido de la mano, se refiere a la Iglesia que camina en Damasco a través del presbítero Ananías, el que encauza su oscuridad hacia la Luz que es Cristo. Cuando el presbítero lo acoge en la comunidad de Damasco y lo bautiza, se esfuma toda su oscuridad hacia la Luz plena que es Cristo. No existe conversión que no pase por la comunión con la Iglesia. Sin la Iglesia, no hay conversión, ni se puede vivir en el gozo del Evangelio. San Pablo, ya desde el primer momento, entenderá que tan sólo en la Iglesia Madre ha puesto las bases de la verdadera conversión: sin comunión con la Iglesia no existe conversión plena, ni duradera.