viernes, 20 de junio de 2014

La autoridad como servicio


(Marcos 1, 21-28)
Siempre me ha interrogado la vida y el amor de Jesús en todo. Se acercaban a Él porque transmitía vida y acogía a todos. Nadie se marchaba de su lado sin haber experimentado de una u otra manera que era amado de Dios, de una forma única e irrepetible. Pero lo que más me ha impresionado siempre ha sido que Jesús no enseñaba como los demás, enseñaba con autoridad. ¿Qué significa esta autoridad? Jesús siempre era sugerente y no imponía nada que uno no pudiese aceptar libremente. «Si quieres...», le dijo al joven rico.
He llegado a la conclusión de que la autoridad de Jesús se fundamentaba en que estaba detrás de ella la coherencia de su vida. Jesús enseñaba con autoridad porque todo lo que decía lo vivía. Su autoridad era su amor incondicional, la entrega total y absoluta de su vida. Nada le desautorizaba, porque lo que decía lo vivía, y en lo que mandaba estaba detrás la explicación con su ejemplo. Era coherente y veraz en todo, ésta era la autoridad que causa asombro.
Enseñar con autoridad al estilo de Jesús es no un autoritarismo que no sabe de comprensión con las personas y que tiene mucho de amor propio. Enseñar con autoridad es la coherencia de que quienes le conocían decían de Él: «He ahí un hombre que lo que enseña lo vive y, sobre todo, que, antes de nada, enseña con su ejemplo de vida». ¡Qué distinto nuestro mundo de tanta palabrería y de tan poco hacer. De acciones sin contenido. De charlatanes sin cumplir casi con nada! Me quedo con Jesús, con su autoridad, la única que sigue siendo creíble, que brota de una vida auténtica, que se moja el primero. Autoridad, porque no decía, ni enseñaba nada que no estuviera explicado con su vida.
Precisamente porque en la situación que hoy vivimos hay tanta inflación de palabras, por eso, hay tanto autoritarismo y tan poca autoridad, al estilo de Jesús. Nos falta vida y nos sobran palabras. Sólo con asomarse un poquito a nuestro querido, maltrecho y pequeño mundo, nos damos cuenta de ello.