jueves, 8 de mayo de 2014

La revolución de una Mujer


 (Orar con Lc. 1, 26-38)
María lo esperó con inefable amor de Madre. Ella ha sido la puerta de entrada del Redentor en el mundo. Ha vivido desde el amor la verdadera y auténtica revolución que ha conmovido los cimientos del mundo. No ha falsificado el amor y se ha abierto totalmente a los planes del amor de Dios. No tuvo más proyectos que los proyectos de su Corazón. Con su fidelidad al amor de Dios, vivió en la alegría de una inmensa felicidad.
Cuando descubro a tantas personas que hablan y hablan de buscar la libertad y se encuentran atrapadas en su egoísmo y ancladas en una vuelta a lo peor de la Humanidad, pienso en esta Mujer que, con su , encarna la verdadera revolución de una mujer nueva. Esta mujer vive, por una parte, el Alégrate, porque cuanto más se aleja el mundo de Dios, más tristeza le acompaña. La alegría es un bien escaso en nuestra sociedad. En los múltiples encuentros con la gente, descubro que falta alegría como faltó vino en las Bodas de Caná.
Por otra parte, esta mujer nueva, que es María, es intrépida, no vive con miedo: No temas, María. ¿Cuáles son nuestros profundos miedos? ¿Dónde brotan en la gente de hoy los profundos temores? Se asoma uno a la televisión, a la calle, y descubrimos profundos miedos. Nuestra sociedad parece vivir en una profunda amenaza de temor, de futuro incierto, y se aposenta en la pregunta: ¿Qué va a ser de nosotros? Cuando miles de adultos se bautizan en Corea, dicen: El descubrimiento de Jesús nos ha liberado del miedo. El cristiano no transmite miedo, sino esperanza.
La Virgen vive también y cree en el Dios de lo imposible. Atemorizados, vivimos la peor crisis, la del corazón, que no es otra que pensar que nuestra vida no tiene solución. Hace unos días, visitando un Centro penitenciario, me comentó un interno: ¿Por qué hacerle perder el tiempo?; ¿no ve usted que no tengo, que no tenemos solución?» De pronto, descubrí la revolución del Magnificat, que, como dice María, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Descubrí, cuando iba para casa, qué gran gozo es creer en el Dios de lo Imposible, el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob, de María, la revolución de una mujer nueva. Todas las revoluciones pasan por dar lugar a otros experimentos que acaban de morir por falta de originalidad. El mayor cambio de la Historia lo ha introducido el Señor, nacido de mujer, que nos ayuda a vivir de otra manera.