martes, 30 de julio de 2013

El hijo perdido

(Orar con Lc. 15, 11-32)
Señor, me marché lejos porque me habían dicho que Tú eras “el aguafiestas de la vida”.
¿Te acuerdas?... Fue una tarde de verano Había oído que la libertad era vivir sin Ti. Que lejos… muy lejos… estaba la vida. Que las fiestas del mundo son siempre las mejores. Y… me marché.
Te dejé triste, pero creía que estaba haciendo un buen negocio.
Hoy vuelvo de lejos. Sin nada. Mis alforjas y mi dignidad, están perdidas. Solamente tu aliento, Padre, me conmueve. A veces creo que eres demasiado blando.
Una noche, al mirar las estrellas, comprendí que Tú estás siempre cerca. Desde entonces cuando vuelvo a Ti, tengo una certeza absoluta de que me acoges en la “Casa” de tu Corazón.