miércoles, 10 de abril de 2013

Tomás

(Orar con Jn. 20, 24-29)
Había salido del cenáculo. Como los de Emaús.
Como todos los que salen de las gracias comunitarias, donde lo principal es Jesús en medio, acaba perdiéndose lo mejor de la vida.
Tomás, el incrédulo, es siempre el corazón humano cuya fe está en crisis, pues su tendencia es alejarse de los hermanos, de la comunidad, de la Iglesia.
El Señor accede a sus dos peticiones. Palpa su Corazón hasta quedar “derretido de amor” y hace el mayor acto de fe de toda la Biblia: “Señor mío y Dios mío”, y lo hace delante de Jesús de Nazaret resucitado.
Sin embargo, el Señor no se le aparece en privado, a solas, solo por Él, a Tomás. Ni siquiera en un rincón del Cenáculo solos los dos. Tiene que estar toda la Comunidad.
Jesús resucitado se aparece a modo de su familia, de los suyos.
Nos perdemos muchas gracias comunitarias por no estar en comunión con los hermanos, por no vivir en fraternidad, por no superar la tentación permanente del individualismo.
¡Señor!: ayúdame a descubrirte Uno y Resucitado en todas las circunstancias de mi vida, sabiendo que tú vives en medio de nosotros.